Cuando no te eligen, pero te transforman: el valor oculto de una entrevista bien llevada

«I never lose. I either win or learn.»
— Nelson Mandela

Una entrevista de trabajo puede ser mucho más que un filtro. En ocasiones, aunque no consigas el puesto, puedes salir de ahí siendo una versión mejorada de ti mismo. Esta es la historia de cómo una empresa belga del sector minero me enseñó más en una entrevista que muchos meses de trabajo.

La oportunidad soñada

Estaban buscando un líder de transformación digital para acompañar su proceso de crecimiento. El puesto era muy atractivo, tanto por su contenido como por el contexto estratégico y organizativo que se respiraba. Era evidente que quien marcaba el rumbo tenía las ideas claras. Yo deseaba formar parte de una organización con ese nivel de coherencia, visión y seriedad.

Tras superar la primera entrevista con Recursos Humanos, comencé a hablar con el que habría sido mi jefe directo, y el interés alcanzó su punto álgido. Todo avanzaba según lo esperado.

La preparación del caso

Solo faltaba una última prueba: preparar un caso de uso. El proceso se interrumpió por las vacaciones de verano, dándome tiempo de sobra para prepararlo. Me volqué de lleno: estudié procesos mineros, investigué tecnologías aplicables (IA, robótica, wearables, vehículos autónomos…), identifiqué oportunidades desde la perspectiva lean y diseñé una propuesta bastante sólida. Para ser sinceros, fue un trabajo bastante exigente, pero lo disfruté mucho, tanto la componente de excelencia operativa para buscarle putos de mejora al caso como la parte digital de buscar soluciones digitales para resolver el caso, me llevaron bastante tiempo, pero fue un trabajo bastante gratificante que luego se reflejó en un gran trabajo de análisis por mi parte.

La convocatoria era de una hora. Pensé en una presentación de 40 minutos y 20 para preguntas. Error. No había que suponer, había que preguntar. En realidad, tenía solo 20 minutos para exponer.

El error inesperado

Dedicar demasiado tiempo a contextualizar fue un fallo. Noté cierta incomodidad hasta que mi potencial jefe me pidió ir al grano: «se acaban los 20 minutos». Cambié de marcha y empecé con la propuesta. Ahí conectamos. Al terminar, me felicitaron y agradecieron sinceramente varias ideas.

Pero entonces me relajé. Craso error. Las preguntas que siguieron eran sobre mí y mi experiencia. Nada difíciles, pero yo ya no estaba en modo competición. Mis respuestas carecieron esa estructura que en las entrevistas de trabajo esperan de ti, es decir, punto de partida, pasos dados, resultados obtenidos y lecciones aprendidas. Es la única manera que tienen de que les demuestres lo que aportaste, más allá de lo que hayas escrito en tu CV. Es fundamental responder así.

¿Qué cómo fui tan estúpido de pensar eso? Pues mira, ahora lo veo tan sumamente claro que no sabría decirte qué me pasó, no sé si fue el estrés de tanto tiempo preparando en profundidad esa presentación, no sé si fue que yo ya me visualizaba tan dentro de esta empresa que me creí que realmente estaba dentro de un comité de dirección explicando un proyecto y no siendo evaluado para contratarme, o que simplemente había perdido facultades de no usarlas tan a menudo como antes, no sé, pero eso fue lo que me pasó.

Para colmo, cuando llegó mi turno de preguntar, apenas hice una. Pensé que ya lo sabía todo. Tenía delante al COO, CIO y directora de HR… y no aproveché la oportunidad.

El gran gesto

Al día siguiente, para mi sorpresa, me comunicaron que no había sido seleccionado. Mencionaron mi gran presentación, pero… no fue suficiente. Solo entonces recordé que en un correo antiguo sí se especificaban los 20 minutos. Yo lo había olvidado dentro de un montón de correos.

Sin embargo, lo más impactante fue lo que vino después. El que habría sido mi jefe me dedicó un tiempo extra y, a petición mía, me envió un correo con feedback detallado. Claro, empático y muy acertado. Un mensaje que todavía conservo. Un ejemplo de integridad profesional que me hizo lamentar aún más no haber conseguido el puesto.

Lecciones aprendidas

  • El partido no se acaba hasta que el árbitro pita, así que nunca des por cerrado un proceso hasta que realmente lo esté.
  • Buscar trabajo es un trabajo exigente y de alto nivel.
  • Un proceso riguroso es señal de una empresa que merece la pena y lo contrario también aplica, así que, si el proceso no te está encajando en tu forma de pensar, piénsatelo bien.
  • El feedback es un regalo. Si te lo dan, aprovéchalo. Si no, intenta pedirlo y si aún así no te lo dan, alégrate porque esa empresa te está demostrando que no te merece.

Conclusión

A veces no te escogen. Pero si el proceso es honesto, exigente y humano, puedes salir de ahí siendo mejor. En mi caso, me reencontré con la exigencia, la humildad y la necesidad de estar siempre preparado. Aprendí de mis errores, recordé viejas lecciones y salí transformado.

Como decía Mandela, «I never lose. I either win or learn.» Esta vez no gané el puesto, pero aprendí lecciones que valen tanto o más que una oferta de trabajo.

Ojalá más empresas fueran así. Ojalá más entrevistas dejaran huella.